Los beréberes


Los bereberes o amaziges son un conjunto de etnias autóctonas del norte de África, originarias de una región conocida como Tamazgha. Se distribuyen desde Marruecos, en la costa atlántica, hasta el oasis de Siwa, en Egipto, y desde el Mediterráneo hasta el Sahel. Prefieren el término “amazig”, que significa “hombres libres”, ya que “bereber” proviene del griego “bárbaros”, adoptado por el árabe.
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Históricamente, se dividen en tres grupos principales: lowatas, sanhayas y zanatas, con subdivisiones internas. Entre las tribus destacadas están los rifeños en Marruecos, los cabilios en Argelia y los guanches de las Islas Canarias. Su lengua, el tamazight, forma parte de las lenguas afroasiáticas y cuenta con entre 30 y 60 millones de hablantes, principalmente en Marruecos, Argelia y Europa.

La cultura bereber tiene raíces neolíticas, y su historia se transmite de forma oral. Han interactuado con diversas civilizaciones, como fenicios, romanos y árabes. Durante la época romana, se integraron parcialmente y formaron reinos como Numidia. Con la llegada del islam en el siglo VII, los bereberes adoptaron esta religión tras largos conflictos y un proceso de arabización que duró siglos.

En Al-Ándalus, los bereberes jugaron un papel importante durante la conquista y gobernaron varios reinos de taifas, como los almorávides y almohades. Durante la Edad Media, destacaron dinastías bereberes como los háfsidas y almorávides. Sin embargo, con el tiempo fueron desplazados por la influencia árabe.

En la actualidad, una gran parte de los habitantes del norte de África tiene origen bereber, aunque muchos están arabizados. Los bereberes modernos mantienen rasgos culturales propios, y en algunos países, como Marruecos, han logrado avances en el reconocimiento de su identidad y lengua, como la creación de un canal de televisión bereber en 2010. A pesar de ello, persisten tensiones políticas, especialmente en Cabilia (Argelia), por motivos culturales y lingüísticos.


Las tribus andinas

Las tribus andinas, conocidas como el “Perú Antiguo”, constituyeron una de las grandes cunas de la civilización en la historia mundial. Estas sociedades complejas se desarrollaron en la región occidental de Sudamérica, entre el océano Pacífico y la Amazonia, abarcando los


actuales territorios de Perú, Bolivia, Ecuador, el norte de Chile, el suroeste de Colombia y el noroeste de Argentina. A pesar de la falta de relatos escritos previos a la conquista española, la arqueología ha permitido reconstruir un panorama detallado de estas culturas, aunque sujeto a constantes revisiones a medida que se realizan nuevos descubrimientos.

Estas civilizaciones evolucionaron tras un largo período de cazadores y recolectores (Periodo Lítico), seguido por el descubrimiento gradual de la ganadería y la agricultura en el Arcaico. Posteriormente, durante el Formativo, surgen aldeas organizadas que construyen templos y plazas, con pequeños estados teocráticos agrícolas que comparten características comunes, como representaciones rituales de seres humanos con rasgos de felinos o serpientes, y construcciones como pirámides en U y plazas circulares hundidas. Esta etapa se divide en el Precerámico Tardío, el Período Inicial (momento en que aparece la cerámica, crucial para la cronología arqueológica andina) y el Horizonte Temprano (1200 a. C. - 200 a. C.), donde gran parte de los Andes estuvo influida por la cultura Chavín.

Después del Horizonte Temprano, entre 200 a. C. y 600 d. C., emergen sociedades diferenciadas en su arte, tecnología y organización social, marcando la etapa del Intermedio Temprano o “período de las culturas regionales”. Estas sociedades desarrollaron una gran especialización y avanzaron en sistemas de riego. Luego, entre 600 y 1100 d. C., surge un nuevo período de integración cultural conocido como Horizonte Medio, liderado por los estados Huari y Tiahuanaco. Este período destaca por la aparición de grandes ciudades, sistemas administrativos complejos, redes de caminos y terrazas de cultivo.

Entre 1100 y 1450 d. C., la influencia de las culturas dominantes disminuye y resurgen las tradiciones regionales, marcando el Intermedio Tardío o “período de los Estados regionales”. Durante esta etapa, las zonas altoandinas experimentaron una ruralización, mientras que las sociedades costeras se sofisticaron, destacando el militarismo como un rasgo común. Finalmente, entre 1450 y 1532 d. C., el Imperio incaico logró una breve integración regional que dio origen al Horizonte Tardío, interrumpido abruptamente por la conquista española en el siglo XVI.

A lo largo de esta evolución, las civilizaciones andinas lograron notables avances en agricultura, ingeniería hidráulica, arquitectura, astronomía, textiles y metalurgia. Las características comunes incluían el uso de andenes, complejos sistemas de irrigación, colcas para almacenamiento y un lenguaje artístico que incorporaba diseños simbólicos de animales, cabezas trofeo y técnicas avanzadas en cerámica y metalurgia. La geografía de los Andes, con sus contrastes extremos, favoreció la diversificación agrícola y el comercio, consolidando una de las tradiciones culturales más ricas y originales de la historia humana.


La polinesia

 Los proto-polinesios estaban relacionados con los pueblos indígenas del sudeste marítimo asiático, con los aborígenes taiwaneses y con los pueblos melanesios. Eran expertos navegantes que, mediante el uso del sol, las estrellas y observaciones de la naturaleza, lograron colonizar vastas áreas del Pacífico, estableciendo el Triángulo Polinesio con Hawái, Rapa Nui y Nueva Zelanda como vértices alrededor del 1280 d.C. Se han planteado teorías sobre contacto precolombino con Sudamérica, sustentadas por hallazgos arqueológicos, como huesos de gallinas en Chile con posible origen polinesio, aunque esta hipótesis sigue en debate. El cultivo de la batata, una planta sudamericana, también apoya la idea de contacto entre ambas regiones, ya que fue introducida en la Polinesia alrededor del año 700.

Durante el período de aislamiento (700-1595), cada isla o grupo desarrolló su propia cultura, influenciada por las raíces austronesias comunes. Las estructuras sociales, lenguas y tecnologías reflejaron un origen compartido con pueblos del sudeste asiático marítimo. Sin embargo, las limitaciones geográficas y la ausencia de comunicación generalizada dieron lugar a variaciones significativas en los sistemas políticos y sociales. En islas altas como las Marquesas, los valles aislados favorecieron conflictos internos, mientras que en islas bajas con comunicaciones abiertas se desarrollaron sociedades más pacíficas.

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La danza y la música polinesias tienen raíces austronesias comunes, pero se diversificaron localmente. Estilos como el hula o el ’Ori Tahiti se desarrollaron antes del contacto europeo, aunque la llegada de los misioneros cristianos transformó profundamente estas expresiones culturales al fusionarlas con formas occidentales.

El contacto europeo comenzó en 1595 con el descubrimiento de las Marquesas por Álvaro de Mendaña, pero el interés en la región fue limitado hasta el siglo XVIII, cuando navegantes como James Cook exploraron extensamente las islas. La colonización europea trajo enfermedades, esclavitud y cambios culturales radicales, especialmente por la influencia de los misioneros cristianos, quienes suprimieron creencias ancestrales y tradiciones como la competencia del Hombre Pájaro en Rapa Nui.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Polinesia desempeñó un papel estratégico como base militar, especialmente para las fuerzas estadounidenses. En el período posguerra, el cambio político llegó lentamente; algunas islas lograron la independencia, como Samoa en 1962 y Tuvalu en 1978, mientras que otras, como Hawái, permanecieron bajo soberanía extranjera. Actualmente, Polinesia enfrenta una mezcla de influencias modernas, desde el turismo hasta la globalización, lo que ha llevado a un cambio cultural acelerado y, en algunos casos, a la pérdida de tradiciones. Genéticamente, los polinesios actuales presentan una gran diversidad debido a la inmigración y los matrimonios mixtos, especialmente en lugares como Hawái, donde los polinesios de sangre pura son cada vez menos comunes.


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